viernes, 23 de septiembre de 2016

Conversaciones con la madera

Hablando de cenizas,
¿cómo va Ángel?
No sé, pocos meses,
ya ves, el tiempo es breve.
Vaya zapatos,
y qué camisa;
hablando de miseria,
¿qué libro lees ahora?
No leo libros,
yo paso las horas,
no las páginas,
y palpo la negritud del techo,
ambos árboles muertos.
¿Qué pasa en España?
Volvamos mejor a mi techo:
mil hilos decoran su superficie,
de memoria los conozco,
así no preciso de reloj:
cuento el tiempo en palmos
y en aullidos.
Eres apestoso,
pero dentro de cien años
quién no.

Ángel, la apariencia,
España, mis lecturas y mi aburrimiento
a oscuras
se disparan y se ríen
y se mueren y se disipan
mientras palpo,
con ternura,
la lámina de leña
que silencia mis latidos
sordomudos de nacimiento.

martes, 31 de mayo de 2016

El kibbutz de Horacio Oliveira

A veces necesito la locura. Plantearme la posibilidad como futuro imperfecto. Sólo así consigo lo que quiero: el miedo, el frenesí, la vida.


Profeso una patética admiración por las vidas normales. Muchas noches me pregunto cómo será eso de acostarse sin revolcarte y maldecirte y destruirte. Esas ganas de que acabe el día, descansar.
Pero, ¿y al día siguiente? ¿Y al próximo?
Siento que la vida se me esfuma, víctima de algún síndrome de abulia que nadie se atreve a tipificar.


Tengo tanto que decir y tan poco tiempo que mejor empiezo mañana.


Los ensayos sobre política actuales han acabado derivando en la prensa rosa de los pseudo-intelectuales.

Miro el cuadro de Picasso Los dos hermanos y siento una gran tristeza por el mundo en todos sus ámbitos. Llevamos colgando del cuello el peso de una responsabilidad indefinida aún, y que será la misma que deberán cargar los siguiente años, siglos después. Cadenas que se retuercen en la duda artificial de nuestros días.

Los dos hermanos (1906), Pablo Picasso.


Si las modas son definidas como tendencias mortales que nacen, crecen, proliferan, y mueren, que alguien me explique entonces qué es un hombre en el Universo.


Escribo inerme de ganas y de ideas. Trato a mis textos como a hijos desquiciados, desheredados. Me avergüenzo de no ser más de lo que soy.


De mis textos (famélicos, lúdicos, con sensación de una profundidad incuestionable e improbable) un político sacaría ideas revolucionarias, un cura la prueba inapelable de que Dios no está muerto; si me lee un suicida, comprensión; un loco: su Biblia.



Hubo una vez que tuve encima de mí a una mujer a la que no sé si llegué a amar. Me regaló los años más hermosos de mi adolescencia.
La tuve encima mientras lloraba.
Me tuvo debajo mientras lloraba yo.
Los dos sabíamos que el otro sabía que estábamos llorando. Era absurdamente poético.
Con ella se acabó mi adolescencia.
Hubo una vez que tuve al dolor encima. Pero decidió tomarse una cápsula y se marchó.

El poder del recuerdo es asombroso.
Recordar es una acción tan habitual que pasa y no llama. Recuerdas, sí, una buena novela, que mañana tienes que visitar a nosequién, ir a nosedónde.
Pero llega la noche y, mientras suena esa canción, dices: mierda.


Nunca entenderé por qué por las noches pienso en incongruencias que se agravan más en proporción a la luz lunar que incide en la habitación. Paso la noche en vela. Me crispo, me frustro, me arranco unas cuantas palabras sin sentido y las echo a un papel. Cierro los ojos. Dejo pasar el tiempo.
Amanece. Ya pienso con claridad. Pero el problema es que ahora estoy rodeado de incongruencias reales, de carne y hueso: el mundo, Dios, y yo mismo.


Un artista que copia no es artista. Uno que imita lo es, pero está condicionado, lentamente entiende. Un artista que es artista no es artista porque quiera, sino porque es capaz de expresar su más hondo dolor: la vida.
Mientras, los demás tratan de copiarle e imitarle.


La bruma, la niebla: no se ve, pero estás viendo. Tras la nada, algo. Detrás de ti: bullicio. La bruma, lo lúgubre hecho aliento.


jueves, 10 de diciembre de 2015

Dispersiones cromáticas

Dispersiones cromáticas en el aire.
Más allá: no sabes.

Viajas, más acá de los planetas
que orbitan en torno a una noche
que se presenta fugazmente eterna
que se muere por donde se esconde.

Mataste a la lógica
o fue ella quien se suicidó,
y desde entonces respiras
lo que respiran los peces que saltan,
lo que digieren las plantas que ríen,
lo que mueren los hombres que viven,
lo que disuelve al poeta en el agua.

Viajas, más allá de tu conciencia
para llegar a nosabesdónde,
y observas en gran angular
a los que, como tú,
son dispersiones cromáticas en el aire
sin querer del todo serlo.

15-IX-15

jueves, 30 de julio de 2015

Rue Dauphine

Luto. Cielo
color mármol.
Lloros. Lijas.
Jadeos. Jirones
de una vida
que se despide.

Lo haré. Pero será lento.
Pedacito a pedacito.
Grano a grano
tu cuerpo se irá
consumido por el polvo.

Primer trozo que mis manos
agrietadas
sueltan
como un animal suelta
una presa inservible.
Cae golpeando tu coraza eterna
ya inútil.
Tus ojos parpadean
un reflejo natural
ante ese silencio
ese silencio que nunca pediste
pero que te ha sido dado:
un silencio que molesta
que chirría;
pero qué hacer
será tu compañero durante.

Echo, por fin, el último
pedazo gravoso
desde mis manos cuerdas
(pero atadas en)
a un vacío abyecto
como rabioso de sí mismo
que prefiere retraerse en su negrura
para jugar con castillos de cenizas
de lo que una vez fueron esperanzas.

29-VII-15

domingo, 12 de octubre de 2014

El mundo de los perros

He descubierto dónde vivo:
el mundo de los perros;
todo en blanco y negro,
repleto de desconocidos.